No siempre soy igual en lo que digo y escribo

Domingo

Me levanto, y como cada mañana de los últimos días recuerdo el pendiente que tengo, le he llamado el Sin Cara, como el espíritu que se obsesionó con Chihiro y creció y creció monstruosamente. Éste se alimenta de mi ansiedad y de mi deseo de que ya no exista más. Le ignoro con un dolor abdominal mientras con mi mamá probamos algunas recetas nuevas en mi convalecencia: crema de espinacas y croquetas de atún con zanahoria. En la tarde nos visitan mi hermano, su esposa y Alejo. Ana no está para jugar con él. A principios de enero fue él quién no estuvo para jugar con ella. Es una pena. Lo noto cada vez más cómodo en la vida que eligió, a mi hermano —que es menor—, y también noto cómo eso se instala en mi ánimo en forma de libertad, la libertad de hacer mi vida con una angustia menos, sin tener que "sufrir" por mis hermanos. Pienso en que eso tiene que ser sin duda un tipo de amor. Cae la noche y el Sin Cara ha aumentado muchos centímetros cúbicos. Me siento en el PC instigada por él pero primero intento stalkear (pienso en que no estoy de acuerdo con la traducción al español de stalker como "acosador") al hombre de los correos anónimos y otra vez no lo logro, no hay rastro de él en la nube.

Lunes

Me despierto sintiendo en el cuerpo a C. Soñé con él en los primeros años, hubo abrazos. Me encuentro hablándole mucho en mi mente y hasta en voz alta. Le digo que ahora que tomé distancia y tiempo lo considero un hombre que abusa del poder que tiene. Que su actuar sistemático es una de las evidencias, que yo soy una evidencia y que no hay derecho de que haya dañado a las mujeres que dañó. Me doy cuenta que contrario a lo que había insistido, me incomoda todo lo que me da indicios suyos. Profundizo en el sentimiento y me diagnostico rabia residual y que de alguna manera le deseo el fracaso, algo así como que reciba "justicia divina". Eso es sin duda una herida abierta, mía, o al menos una de esas cicatrices que irritan el sistema nervioso. Finalmente lo acepto con un poco de vergüenza y me digo que lo que falta es yoga. Entro a la ducha en un monólogo del que no había sido presa en años (muchos años), pero gracias al agua caliente que ahora masajea generosamente mi cuerpo, logro escapar a otros lugares. Pienso en el título para una novela y una trama muy chula y otra vez me reprendo por la falta de disciplina para decidirme a escribir algo largo. En la ducha también pienso que no le di un abrazo y un beso a Ana antes de irse al colegio. Eso me taladra: "no le di un abrazo ni un beso a Ana". El Sin Cara se sitúa en la puerta de la habitación y obstaculiza a propósito mi tránsito por allí, al tiempo que gana volumen a lo largo del día. En la noche visito Campos de paz. Otra vez la muerte dice ¡presente!. Me percato de que así como en los matrimonios uno termina yendo a sus propios "hasta que la muerte los separe", en los sepelios pasa parecido. Recordé al abuelo y lo inesperada que fue para mí la sensación de abandono que me dejó, a pesar de que me parecía justa su partida. Pensé entonces que no hay muerte justa, o que lo justo no implica no dolor y que en todo caso lo que duele no es la muerte sino la vida: los meses y los días, los de ellos que egoístamente uno quiere de vuelta.

Miércoles

Han sido unos días extraños. No me viene el encierro, siento que enferma más de lo que alivia. Planeaba aprovecharlos para leer pero no ha fluido, debe ser porque ando en una de esas transiciones en las que no logro el encarrete. Pido a domicilio Los Niños de Carolina Sanín e Instrumental de James Rhodes, me hacen ilusión.

Viernes

Salgo de dar clase a las 22 horas y paro un taxi. Se detiene pero noto que lleva pasajero atrás. El conductor me indica que es la hija y que si no me incomoda me puede llevar. No tengo tiempo de procesarlo y con mas argumentos a favor que en contra, entro. El taxi arranca al tiempo que yo me pregunto por qué ella no va de copiloto. Empiezo a buscar la placa por todos lados para enviarla por WhatsApp a alguna amiga —es una práctica habitual cuando salgo en la noche—, no la encuentro, el taxi no tiene esas marcas profundas en las latas ni en los vidrios. Me asalta la paranoia. Bajo la ventanilla como siempre que temo que me "escopolaminen". El señor empieza a discutir con "la hija" ignorando totalmente mi presencia, él le reprocha cosas y ella con profundo desinterés le responde. Yo ruego para que mi hija no sea así de adolescente. Dos motos se acercan, una por cada lado del taxi y yo empiezo a dudar de la pertinencia de la ventanilla abajo. Me pregunto si estará todo arreglado: las motos, el conductor, la mujer atrás para, tal vez, intimidarme con un arma. Pienso todo eso en lo que dura el rugir de las motos adelantando al taxi. Me reprocho haberme montado, pero cuando el rugir se desvanece, me reprocho mi desconfianza. "Ana Isabel, si hace otra cagada no vuelvo a meter el culo por usted" le dice el conductora a la chica, al tiempo que llegamos a mi casa."Con mucho gusto niña y disculpe". El papá de Ana Isabel era otro taxista de los buenos, como la mayoría. 

Sábado

Llegaron Los niños e Instrumental.




Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares