Cosas de enero (en marzo)
Hace unos meses cuando decidí que compostaría, experimenté cierta lástima de que poco de mis desechos serían compostables (restos de fruta y verdura, entre otros pocos). Aún así me dije que "sería algo", cualquier cosita es cariño.
Lo primero que pasó es que pude dimensionar la cantidad de basura que se genera en una casa como la mía en donde somos solo dos y almorzamos por fuera. Fue bárbaro notar que pronto me quedé sin espacio para compostar (había comprado las composteras pequeñas), por lo que opté por comprar las grandes.
Otra cosa que lamentaba era la poca variedad que tendría ese compost, lo que me hizo pensar en lo monótono de mi alimentación. Empecé a pensar en que quería un compost con nutrientes muy variados y para eso iba a requerir alimentarme variadamente yo. Qué lejos estamos del autocuidado (mi caso), pero el universo se vale de las cosas menos pensadas para que veamos mejor.
Empezando enero una amiga me envío la información de un curso de desintoxicación del cuerpo comiendo solo crudo, ¡vivo!. Recién lo empiezo y lo primero que me hace enteramente feliz es que los restos de lo que he preparado, ¡todos! son perfectamente compostables, ni una sola cosa ha ido a parar al chute. Me conmovió tanto notar esto, que cuidar el medio ambiente, buscar estrategias por complejas que parezcan, que por muy enrolados que estemos en el frenesí de verdades por sentado en el que vivimos, que si nos sobreponemos, terminamos nada más que por cuidándonos a nosotros mismos. El yo extendido y amplio que somos con el universo. Que generoso que es.
Me siento eufórica e ilusionada, en mi nevera hay verduras que nunca había usado en casa a pesar de que las venden en la tienda donde merco. Estuve experimentando y los resultados estuvieron muy ricos. Además que he terminado por estar más introspectiva, y que ilusión esos viajes al interior que con suerte permiten desintoxicar los otros cuerpos de los que estamos hechos.
Cuánto poder desencadenado por esas tres vasijas de barro crudo en mi balcón.
Lo primero que pasó es que pude dimensionar la cantidad de basura que se genera en una casa como la mía en donde somos solo dos y almorzamos por fuera. Fue bárbaro notar que pronto me quedé sin espacio para compostar (había comprado las composteras pequeñas), por lo que opté por comprar las grandes.
Otra cosa que lamentaba era la poca variedad que tendría ese compost, lo que me hizo pensar en lo monótono de mi alimentación. Empecé a pensar en que quería un compost con nutrientes muy variados y para eso iba a requerir alimentarme variadamente yo. Qué lejos estamos del autocuidado (mi caso), pero el universo se vale de las cosas menos pensadas para que veamos mejor.
Empezando enero una amiga me envío la información de un curso de desintoxicación del cuerpo comiendo solo crudo, ¡vivo!. Recién lo empiezo y lo primero que me hace enteramente feliz es que los restos de lo que he preparado, ¡todos! son perfectamente compostables, ni una sola cosa ha ido a parar al chute. Me conmovió tanto notar esto, que cuidar el medio ambiente, buscar estrategias por complejas que parezcan, que por muy enrolados que estemos en el frenesí de verdades por sentado en el que vivimos, que si nos sobreponemos, terminamos nada más que por cuidándonos a nosotros mismos. El yo extendido y amplio que somos con el universo. Que generoso que es.
Me siento eufórica e ilusionada, en mi nevera hay verduras que nunca había usado en casa a pesar de que las venden en la tienda donde merco. Estuve experimentando y los resultados estuvieron muy ricos. Además que he terminado por estar más introspectiva, y que ilusión esos viajes al interior que con suerte permiten desintoxicar los otros cuerpos de los que estamos hechos.
Cuánto poder desencadenado por esas tres vasijas de barro crudo en mi balcón.
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