Mejor no hablemos de la muerte

De la muerte no hablo, no la miro a los ojos, me parece que como en los cafés, si le miro fijamente, terminará por encontrarme.

Pero la muerte es la muerte. Hace poco se sentó en el umbral, insiste en hablar, en hablarme y sabemos pues que al final lo hará.

Me hallo desorientada ante su insistencia.

¿He de prepararle quizá una sala conferencial? ¿Sentarle cómoda como la celebridad que es? ¿Que me mire triunfante, realizada, soberbia, imparable? ¿Que tire el micrófono, acepte solo algunas preguntas y obvie respuestas? ¿Que me examine sonriente, coqueta y cómplice? ¿Y que entonces sea yo seducida por la grandeza de su espectáculo?

¿Terminaré hincándome ante ella? ¿Le llevaré finalmente de la mano, ella y yo, como una, por el camino este de polvo y piedra? ¿Le conduciré a la casa gris y le haré seguir por el pasillo oscuro y le presentaré al hombre? ¿Fingiremos que no le conoce, que es su primer encuentro? ¿Le otorgaré los días que me acunó, las narraciones a medio hacer, los ojos ausentes el día en que todo esto termine? ¿Las manos gruesas que tejieron, tallaron y escribieron para mí? ¿Los besos que me guarda y las promesas que aún no cumplimos?

¿Y si los otros ya entregaron sus partes y solo queda la mía?

Mejor no hablemos de la muerte.
Hoy no.


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares