Cartas a M: las noches bajo el agua

No hemos hablado sobre conducir. En carretera disfruto ir rápido y poner música fuerte. Encantador manejar con lluvia y de noche, pero solo si tengo buenas luces y no hay filas de seis o siete tractomulas en frente. Siempre me es mejor en el día y con buen tiempo; no hay desperdicio del paisaje.

La de ayer era una de esas noches perfectas: el calor aferrado al asfalto se elevaba en forma de vapor y las llantas rompían los restos que la lluvia le iba cediendo, ya sabes, ese chasquidito henchido de desamparo. El parabrisas parecía responder a las preguntas que me hacía de ti, con las plumillas yendo de izquierda a derecha y viceversa. Le recitaba las posibilidades de que fueras mi copiloto de esa noche.

Te preguntaría cómo encender las luces altas que las normales estaban muy cortas y qué si bajábamos los vidrios o seguíamos encerrados. Te diría que qué opinabas de la dirección de ese Logan rentado que a mi se me hacía sospechosamente dura y que me daba miedo que fallara. Me dirías que se siente normal.

Te pediría que cambiaras la música porque la radio estaba terriblemente sintonizada. Que pusieras a Laura Pausini, Andrés Cepeda, Adele o algún reggaeton o bachata para entrar en calor. Entonces vería con mi cara de burla la tuya ofendida con mi solicitud, pero cederías a la misma y me dirías que tengo el gusto en los jarretes.

Te diría que tengo sueño pero que aún así quiero seguir conduciendo. Que me hables de algún tema prosaico. Te contaría mi anécdota de la semana con esa palabra, de cómo estuve buscándola por dos días en uno de esos episodios en los que sabes exactamente lo que quieres decir pero no logras articular la jodida palabra (te diría que eso es tener el significado pero no el significante y tal vez te mencionaría a Saussure). Y que al final cuando la atrapé, me di cuenta que no servía para lo que la andaba buscando, que vea pues cómo es la vida y que el caso aplica pa' todo.

Volveríamos a las historias... prosaicas.

Me dirías que estás mareado con mi forma de tomar las curvas. Yo no entendería. Me preguntarías si has hablado muy rápido. Te recordaría que soy sorda. Me dirías que verdad que siempre hemos tenido ese problema. Yo me reiría y te diría que sueles decir lo mismo. No te diría lo que pienso de tu memoria selectiva.

Me darías un beso en la mejilla derecha y tal vez yo me animaría a decirte que me muero por ti.

Llegaríamos a casa, subiría por delante tuyo y dirías en el tercer piso que en el 308 el 8 está invertido. Yo te ignoraría. Encontraríamos a Lara y Menta y les mimaríamos en un gatuno empírico.

En una de esas maniobras del presente, las plumillas que habían ido de un lado a otro se detuvieron rompiendo la hipnosis y entonces, como en la lechera y el cántaro, tuve que ver cómo se derramaron uno tras otro los verbos condicionales e hipotéticos con los que te venía hilvanando. 

Querido, si es el caso, recuérdame la próxima vez para que hablemos sobre conducir.




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