Buen viaje abuelo querido

Estuve cortando las flores con las que me celebraron la vida hace poco; las apilé y junto a mis lágrimas las cubrí con aserrín. Como si fuera gran cosa lo dediqué a él: mi primer compostaje. Todavía cuando cierro los ojos le escucho el timbre cantadito que me dice "Isabelita" y me toma las manos entre las suyas ásperas para preguntar por ese computador que manejo en Medellín (como si de un tren se tratara). Le veo tejer a dos agujas, tallar la madera, comentar las buenas prácticas de la fotografía o inventarse una nueva razón social: "Fresqueadero los pinos". Diez meses atrás creí que viviría como menos noventa años, que tendría tiempo de sobra para cumplir las promesas que le hice y para que me contara las historias del abuelo Andrés; que tal vez primero se iría la abuela, o Astrid, pero no el hombre recio a quién ronroneaban Pachito y Barcino. Ahora, desde mi escritorio miro las composteras de barro y me gusta creer que en ese acto de agradecer la muerte como continuidad de la vida habita mi abuelo, ahí, y en los abrazos amorosos que traigo, con los que me recibió cada vez. Buen viaje abuelo querido.


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