Bien-ido

¿Entonces la palabra es adiós? pero si yo lo que quiero no es encomendarlo a dios sino que quiero que se vaya bien, que usted esté bien porque le aprecio, porque le quiero y porque le extrañaré. Y si usted no tiene dios, ese adiós no habrá sido más que una forma desobligante, lejana y grosera de marcharse y no es eso lo que quiero.

Y qué hay del bueno, del buen, de la buena partida, el mismo bien que le desee cuando llegó y que con mis brazos y mi regazo le confirmé que es bien-venido. Fue usted tan bien-venido. Pero si le digo bien-ido ¿acaso estaremos hablando de lo mismo?, se extrañará usted con las formas incorrectas del uso de mis palabras y no es eso lo que quiero.

¿Debo entonces acercarme a su partida con un Hasta pronto o Hasta luego? pero bien es sabido que nunca se tiene garantía de ello, de los pronto, de los luego, y por lo demás le comprometo en mi acto íntimo de despedirle, le obligo a que vuelva o a que me reciba algún día, otra vez, y no es eso lo que quiero.

Lo que quiero no lo puedo decir, ni por convención ni por costumbre, más  bien por estas dos tendré amigo que despedirle irremediablemente con este imperfecto adiós.





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