¿Sería verdad eso?

Pongo Focus en Binaural Beats, esa frecuencia que es dizque para concentrarse, pero que a mí me hace experimentar el abandono. Otras veces lo he visualizado en el agua, en un mar que no tiene olas y que sería más bien un lago, pero que es un mar —también él abandonado, por el viento y sus corrientes y por la vida, salvo la mía—. En ese abandono, yo siempre estoy de espaldas, con el cabello recogido y el agua a mis hombros, es de noche pero no está oscuro: puedo contemplar el horizonte. No me muevo, no lucho, no toco el fondo  —que es abismal—, no hay tierra, podría decirse que el abandono sucede en un planeta de agua. 

Mi abandono de esta mañana era en el espacio: floto, como Ryan Stone, y solo puedo ver mi rostro por entre un traje. Es casi la visión opuesta a la del mar. Me veo observando al gran abismo, a la nada, al todo que a veces creo que es este «punto azul pálido». Qué pequeño y risible se ve todo: la explosión que es la vida se ahoga en la misma atmósfera que la sostiene. «Un punto azul pálido» que no se resiste, que se traslada y rota y precea como siempre, indiferente al crimen más atroz y a la ternura más entrañable. Lo ha hecho y siempre lo hará para esta ridículamente finita alma. 

He traído a casa una orquídea amarilla, que es, digamos, mi color preferido: como los pendientes que compré en la Sierra, como el fuego que consume mis velas, como los bordes de la sansevieria que, aquí, no ha llegado a florecer, como un girasol, como el centro de un arcoiris. Como mi mirada cuando se me subió la bilirrubina. Hago votos para que sobreviva. 

Ya sé que no solo de votos viven las plantas, ni de pan la mujer.





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