Cosas del azar


Bajé a saludar a V que estaba afuera de la BP, y puedo jurarte que fue ella mi única motivación para detenerme. Cual fue mi sorpresa cuando, una vez fuera del carro, pude ver la Ecosport de J en la bahía en que un par de veces acomodamos las bicicletas, nos abrazamos y emprendimos juntos el camino hacia Las Baldías. Cómo se alegró este corazón con el azar, con un trozo inerte de su cotidianidad que tal vez alojaba aún un suspiro reciente, el eco de las palabras finales de su conversación, la tibieza de su cuerpo. Ya sabes cómo es la ilusión, que se alienta con tan poco, al punto que sentía yo que su corazón palpitaba tan cerca al mío, que, como en un claro que se alcanza en el encuentro entre dos túneles, él y yo nos asomaríamos de nuevo: y entonces tal vez, quizá tal vez, él querría tanto como yo un abrazo. Qué corta visión acaricié allí, cuando incluso vacilé en ir, llamar a su puerta y saludarle. Como si no tuviéramos ya suficientes puentes tendidos para el encuentro. Entonces alcancé a V y le examiné sin dejar de anhelar un milagro, que por suerte J saliera a su balcón, que escuchara mi risa estridente y rememorara como yo, con tan bella nostalgia los poquísimos días en que compartimos una palabra, unos besos, la inquietud por los gatos, los logros al lomo de una bicicleta, su café, mis sábanas. Me despedí con más tristeza de abandonar aquella ensoñación, —que acariciaba al tiempo que indagaba por cómo estaba, por la familia, el trabajo, el novio: eso que es la hechura de los días— que el encuentro con V. Querida, qué difícil es encontrar razones para dejar de querer y qué difícil más aún, una vez encontradas estas razones, ser tan pronto para atenderlas y redimir aplicadamente el corazón.

La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie, océano, cielo, agua, exterior y naturaleza
Isla Fuerte - Junio de 2018

Comentarios

Entradas populares