Aceptación de renuncia

Recuerdo cómo sentí su repuesta. Fue un duro estrujón de nuevo hacia la soledad. La lánguida esperanza de que objetara mi solicitud, fue sofocada de un tiro de gracia. Ahora puedo verlo de lejos, ese día no pude escribir, me dolían las manos, los dedos, y la ilusión. Quería vomitar las bocanadas de felicidad con las que me había atiborrado. Entonces me di el permiso de llorar, de arrastrarme en la miseria que representa el que con desidia te acepten la renuncia.


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