2017: el año del camino propio

No estoy segura de si estaba frente a un volcán de chocolate o a un muffin, pero sí que lo que dije fue una epifanía que se coló por el techo de Uno más uno.

Le dije a Paula exactamente lo que quería hacer con mi vida y cómo eso distaba tanto de lo que estaba haciendo. Me he censurado terriblemente para escribir del tema en estos términos porque parece que hubiera pasado del infierno al paraíso con tanto drama que le implico. Pero voy a ver, y sí.

Tenía que ser el infierno si había perdido mi voz y ya no captaba el sabor de la comida. Nada vibraba en mí y no visualizaba más que un nubarrón cuando pensaba en los años venideros. No había certeza en los días, ni un faro, ni un camino.

Seis meses después, una noche de diciembre hace un año, junté las palabras con que tanto soñé y emocionada como un niño a punto de realizar la travesura, renuncié al trabajo que creía mi única y mejor opción en la vida. No entiendo cómo se le puede ocurrir a uno que hay una única opción en la vida.

Como toda travesura, tras la excitación de los primeros días en los que levité cual monje iluminado, llegó el pánico del "¿y ahora qué?". Y es que cuando lo único que se trae es una hipoteca y unos gastos fijos mensuales por las nubes, la travesura puede resultar luego la decisión más aterradora nunca antes tomada.

No sé qué pasó, si es que tengo un ángel, pero el camino empedrado lució de lo mas elegante y caminable. Ese fue el camino del 2017, este año generoso que me arrancó la piel en una muda necesaria y luego me la tatuó. Este año que ahora se va, pero que en mi memoria quedará como el más difícil y el más hermoso que hasta entonces tuve.

Volví a escuchar el latido de mi corazón, me tomé el pulso y resultó que sí, sí tenía. Sentí en mi paladar el sabor del sushi y en mis labios la novedad del amor en mayúscula sostenida. Me enamoré.

Pero también me deprimí,  porque así es la vida y así tenía que ser este año, una gran ola sobre la que deslizarme.

El tema de la depresión fue una novedad, siempre me habían resultado incapaces las personas que atravesaban esos caminos en los que con el ceño fruncido ahora yo me notaba. Cuando miro hacia atrás me pregunto qué fue eso, como cuando uno eructa ¿WTF?. Me encontré de la nada empujando los días cada mañana y sosteniendo la vida mientras le daba la cara al mundo. Me dolía cada exhalación y cada minuto que veía venir. Frente a la ventana de mi cuarto iniciaba los días con una vista desenfocada del Tulipán africano y los loros. No pude dormir y ya no sabía si me deprimía el insomnio o no dormía por la depresión. Estaba exhausta y sorprendida.

Después de haber vivido ese mes tan doloroso, siento como si me hubiera rehabilitado de una droga de las peores. Y abogando por el loto que sin duda existió en ese atolladero, pasaron cosas que me llevaré para el resto de la vida: las palabras de una mujer al otro lado del teléfono cuyo rostro y nombre desconozco, a la que quisiera algún día abrazar y decirle que tenía razón, que ahora que miro hacia atrás, agradezco enteramente todo lo que sentí y experimente mientras por esos días se me desprendía la piel.

Fue como si antes de emprender ese camino nuevo que se venía, primero tuviera que desintoxicarme, alivianarme, bajar a lo más profundo y tocar fondo para luego no tener más opción que subir.

El sol salió en un día de abril por entre las hojas que ondeaban los arboles recién bañados por la lluvia. Salió tibio, nuevo y con ternura me arropó. Despejó con más claridad los caminos, y yo tuve que creer que el cielo era azul de puro milagro. Otra vez enfoqué naranja y verde al Tulipán africano de por mi ventana y los loros canturrearon para mí.

Aparecieron las plantas en mi balcón y la vida brotó hermosa incluso desde las composteras. La ilusión se abrió paso en forma de Filología Hispánica y se acomodó en mis dedos y en mi boca. ¡Filología! Nunca antes una palabra dijo tanto de sí misma para mí.

El abuelo se fue para siempre, para siempre, para siempre. Aunque algunos dicen que me espera un día al final del arco iris.

Así son los años, tienen forma de camino y yo a este 2017 en el que al fin me sentí y visualicé mi camino por entre los demás, en definitiva lo tendré que llamar el año del camino propio. ¡Qué año tan hermoso!


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